miércoles, 29 de agosto de 2012

Comunicación para la liberación, ahora o nunca: hacia una emancipación comunicacional-cultural latinoamericana



Globalización o populismo: el dilema de América Latina

Desde hace tiempo que Latinoamérica está inmersa en un proceso de retomar sus raíces, que ha sido bautizado como “populismo”. De esta manera, los gobiernos de Hugo Chavez en Venezuela, Cristina Kirchner en Argentina, Lula Da Silva en Brasil y Evo Morales en Bolivia son reconocidos como populistas, en comparación con aquellos estados de la Latinoamérica de posguerra, donde el estado tenia plena intervención en la economía, retomando las políticas nacionales y brindándole al pueblo un bienestar social.

Como se mencionó antes, estos países “populistas” han realizado reformas revolucionarias que modificaron el mapa de medios y de la concentración monopólica. Esto fue posible gracias a un estudio del campo de las comunicaciones en cada país, donde la libertad de empresa estaba delante de la libertad de prensa, y la comunicación es tenida en cuenta como un producto más.

Para consolidar el sueño de una América libre, es oportuno aunar en un mismo camino la economía y la comunicación; la premisa es encontrar la independencia en estas dos esferas que se encuentran minadas por empresas que tienen su dominio desde el inicio del neoliberalismo en la región. Sin embargo, no es lo único a tener en cuenta: los investigadores británicos Kevin Robins y James Cornford sostienen que hay una simbiosis entre economía (producción, distribución y consumo) y cuestiones culturales (significados, identidades y estilos de vida).

El mundo en el que vivimos está sesgado por la globalización y las alternativas que surgen para mostrar una nueva forma de pensar la realidad. Estas ultimas tienen su fundamento en el sueño de Adorno y Horkheimer, proponer una cultura alternativa con epicentro en cada realidad distinta, sin un patrón que seguir. Las formas alternativas de comunicación están pensadas para contraponerse al poderío de empresas multinacionales y los monopolios informativos que estas generan.

La glocalización es esa mirada alternativa que puede encontrar América Latina, ver el mundo con sus propios ojos, con sus propias propuestas, produciendo un esquema comunicacional donde las culturas autóctonas tengan preponderancia, donde los demás tengan un espejo para imitar, sin imposición ni autoritarismo, sino enseñando el camino a aquellos que quieran fortalecer sus gobiernos y sus comunicaciones, para empezar a pensar en un continente libre y parecido al que nuestros pueblos originarios y héroes de la patria se propusieron doscientos años atrás.


Latinoamérica: destinatario de los efectos residuales de la globalización

Pero la historia latinoamericana no siempre estuvo bajo el yugo norteamericano, al menos en la ideología libertaria y revolucionaria de aquellos que impregnaron estas tierras con una mirada netamente autóctona e independiente para formar ejércitos de intelectuales que expresaron el sentir de la Gran Nación Latinoamericana.

Mario Casalla es un ejemplo de los pensadores que tienen una visión latinoamericanista libertaria, y en su libro “Identidad, culturas, ciencia y tecnología” hace una distinción importante para comprender el poderío norteamericano encumbrado en la globalización sobre los países del sur de América: sometidos al nuevo dogma del capitalismo “modernización y progreso”.

La modernización, tras la frustrada liberación latinoamericana y los golpes de estados en los 70 que configuraron el mapa reaccionario de Estados Unidos en la región con la posterior llegada de la ola privatizadora de los noventas, se ha transformado en un eslogan y un modelo para “salir del atraso”. Lamentablemente, muy lejos de ser así, esta premisa se ha vuelto en contra del progreso de nuestros pueblos, profundizando aún más las diferencias sociales como una daga que se clava en el pecho de la libertad.

Casalla es determinante: “La modernización se transformo, de a poco, en el instrumento y en el objetivo. (…) Cambiar dejo de ser algo que pasaba por la “revolución” o la “rebelión”, o por su equivalente histórico en el Tercer Mundo: la “liberación”. Cambiar ahora es “modernizarse”. Las comunicaciones en latinoamérica están sufriendo un proceso de descentralización, donde grandes grupos económicos poseen el espectro comunicacional de un país y hacen negocios con ellos. Es por eso que la lucha recién empieza.

Esa lucha debe darse en el seno de un proyecto nacional, entendiendo que nuestras necesidades y proyecciones futuras difieren de las planificadas por Estados Unidos y la gran comunidad global; “diferentes son las causas de nuestro atraso y diferentes los caminos de nuestro progreso”, asegura Mario Casalla con total razón y lucidez. De lo que se trata ahora es de emprender nuestro propio camino, librar nuestras propias batallas en nombre de lo que realmente necesitamos: un proyecto unificador en América Latina, lejos de la segmentación a la que nos induce el armamento tecnológico.

Los países de la extensa América Latina están frente a una oportunidad histórica como nunca antes. La entrada a los 200 años como Gran Nación libre no deben ser en vano, y es una excelente oportunidad para pensar y delinear un trabajo conjunto entre pueblos para elaborar un proyecto de comunicaciones autóctonas, realmente independiente, resaltando la cultura que durante siglos dieron forma al paraíso latino, que supo restablecerse una y otra vez al infierno que Washington tejía desde las sombras y, en suma, para dejar de absorber los efectos residuales del imperio.


Un proyecto común autóctono en el sube y baja de la injusticia

Sin embargo, elaborar y consolidar un propósito solido que defienda nuestras raíces en la región siempre ha sido una piedra en el camino. Las dictaduras, sustentadas con los medios de comunicación y con el visto bueno de Estados Unidos, han derrumbado todo sueño de libertad y prosperidad nacional durante la mitad del siglo XX; por eso, el momento que vivimos es histórico, porque se cuenta con gobiernos latinoamericanos que buscan el progreso de sus pueblos en lo autóctono.

¿Qué es lo que debe tenerse en cuenta para no volver a tropezar con la misma piedra una y otra vez?. La respuesta que cae de madura es la conciencia: entender que en las sociedades post industriales el reparto de la tecnología, las comunicaciones y todo el progreso que estas generan son de manera dispar. Como se explica en el texto anterior, somos destinatarios del efecto residual de la globalización.

Lo que debe tenerse en cuenta entonces es que los elementos de la doctrina “modernización y progreso” establecen disparidades en la esfera económica/social. Mario Casalla enumera alguna de ellas: unificación espacio/temporal del planeta, cambios sustanciales en las relaciones productivas y laborales, alteración continua de usos y costumbres sociales y personales, nuevo orden económico y político internacional, todas en pos del beneficio imperialista. En nuestra región, el Doctor en Filosofía traduce estas diferencias como debilitamiento de los espacios y culturas nacionales, creciente angustia social e individual ante lo acelerado del cambio, aparición de nuevas clases sociales y mayores distanciamientos entre las existentes, devastación ecológica y nuevas carencias en áreas de insumos denominados críticos.

Reconociendo nuestras fallas del pasado y pensando en el futuro, el primer paso del proyecto nacional está dado, lo siguiente es elaborar pautas conjuntas con la sociedad, quienes serán los destinatarios de las nuevas políticas comunicacionales. Casalla sentencia que “en un proyecto nacional se conjugan (…) tres cosas: lo que esa dirigencia formula; aquello que el pueblo vividamente desea y lo que es posible realizar”.

Como en la fabula del banquete tecnológico universal, Latinoamérica parece ser el “convidado de piedra” a la gran fiesta del progreso, la modernización y el avance tecnológico que nos muestra la “ciudad global”, anfitriona de la distancia entre el primer y el tercer mundo. Sin embargo, es un detonante más para generar movidas locales que apunten a la liberación de la comunicación, y el proceso de sanciones de leyes de medios que descentralizan los monopolios en la región es un buen síntoma de cambio y endereza el barco hacia un mismo lugar: un proyecto nacional.

Latinoamérica tiene un futuro lleno de desafíos de independencia en todos los ámbitos, pero si de comunicación se trata, los primeros pasos están dados. Las variadas formas de la cultura latinoamericana son como ese arcoiris que decora el horizonte, con distintos colores que al juntarse cobran identidad y se alimentan uno de otros para consolidar una idea común, muy lejos de aquel sol que brilla hegemonicamente en el cielo, como Estados Unidos lo hace desde el norte.

domingo, 26 de agosto de 2012

El héroe colectivo



Aquella mañana del 27 de octubre de 2010, Carlos se prestaba a desayunar tranquilamente en su casa –como lo hacía siempre- en compañía de su esposa Rocío, una mujer de 46 años que había quedado efectiva como portera de una escuelita del barrio, y acompañaba al matrimonio Chichi, el perro de la familia. Horas antes de sentarse a disfrutar de unos mates calentitos con la “patrona” –como gustaba llamar Carlos a su esposa cuando estaba de buen humor- había llegado del baile su hijo Agustín de 22 años, quien sin hacer ningún ruido fue encarando para su habitación directo a dormir.

El sol entraba por las cuatro ventanas que daban al pequeño patio poblado de variadas plantas de diversos colores, hojas y flores que perfumaban la casa entera, ubicada en el barrio La Tablada, en la zona sur de Rosario; Carlos y Rocío asistían a aquel espectáculo cotidiano, tan sencillo pero revelador, desde hace 23 años, cuando se casaron y pudieron realizar el sueño de tener la casa propia. En aquel entonces, en pleno inicio de la década menemista, el país vivió años de privatizaciones y políticas de vaciamiento del Estado que culminaron con miles de personas desocupadas, y Carlos lo sabía muy bien, ya que él fue uno más en el continuado desfile de trabajadores expulsados de sus puestos de trabajo.

A las diez y media de la mañana de ese miércoles sintoniza Crónica –como lo hacía siempre- y se entera que Néstor Kirchner había muerto. La placa negra que tenia frente a sus ojos era intimidante e impactante, en aquel momento cualquier palabra que se diga estaba de más; no daba tiempo a asimilar el golpe y la tristeza invadía el alma de manera tal que quemaba en la piel. Los ojos saltones de su mujer eran dos océanos, las lágrimas no paraban de caer sobre el mantel blanco que habían puesto sobre su mesa esa mañana para esperar al censista de la mejor manera posible.

En ese momento, la incertidumbre ganó terreno sobre Carlos y todo lo que lo rodeaba: su familia, sus compañeros de trabajo, los vecinos, el club de barrio, los jóvenes, el resto de los trabajadores, en fin, todos aquellos a los que él consideraba compañeros. La palabra “compañero” significaba para el hombre un punto de encuentro y asimilación con otros que compartían los mismos lugares de participación y de realización diaria. De todos modos, con esa gran cantidad de significados que daban sentido a su existencia, Carlos se encontraba solo, sumido en un profundo dolor.

La transición del mediodía a la noche fue una larga carrera de llantos, puteadas , memoria y lamentos. Su hijo Agustín –que militaba politicamente- les había contado a sus padres que se iba al Monumento para encontrarse con sus compañeros; “yo voy”, dijo Carlos sin dudarlo ni un segundo, se puso de pie, beso a Rocío y se fue con su hijo.

Al llegar encontró el Monumento a la Bandera colmado de norte a sur, de este a oeste, adornado con banderas que no paraban de agitarse, personas que coreaban a viva voz “Yo soy argentino, soy soldado del pingüino”, grito de guerra que desprendía el pueblo concentrado y se apoderaba del mítico lugar. Carlos apreció todo esto, lo guardo en su retina y en su corazón como un tesoro, era lo que daba sentido a su vida, era parte del héroe colectivo que estaba naciendo: todo el dolor que lo había abrumado desde el conocimiento de la muerte del ex Presidente Néstor Kirchner ahora se tornaba en un fuego incontenible, lleno de fuerzas para “bancar lo que venga”, como gustaba decir a este viejo laburante de la zona sur de Rosario.

Esa noche fue reveladora para Carlos y para los miles que se concentraron en el Monumento: compartieron el dolor por la partida del hombre que les había devuelto la esperanza de creer en la política, en que un país mejor era posible y que había reinsertado en la discusión económica los intereses de la clase trabajadora por sobre todas las cosas. Observó las caras de los jóvenes que lo rodeaban y encontró todas las respuestas a la incertidumbre que lo había desanimado durante el día: aquella respuesta se llamaba militancia.